Por Miguel Franco Villegas
tw @adarleatomos
Es curiosa la narrativa del
rocanrol. No hablo de la narrativa hinchada y podrida, básicamente propagada
hasta la nausea por reliquias del periodismo musical como Rolling Stone y similares. Una narración de la historia del rock
cuya construcción daría para un curso de hermenéutica (Hermenéutica de la
música popular: Construcción del imaginario del rock) y que está llena de vacas
sagradas que TODOS conocemos y que por algún acto de fe debemos apreciar (el
que ose quebrar está regla será expulsado del rebaño, but who cares been part of it todavía?).
La narrativa a la que me refiero
es esa historia paralela y alternativa, donde nombres como Silver Apples,
Velvet Underground, el punk de los 60’s a la Nuggets y otros más, edifican una
historia ad hoc para todos aquellos a quienes les caga The Beatles, The Doors y
Pink Floyd, por mencionar algunos pocos.
Por ejemplo, el protopunk. Bonito
término. Para mí todo lo que tenga la partícula proto- es tan atractivo como una chica de pelo negro y ojos verdes
fumando en un bar. Pero me desvío.
El protopunk no existió. El punk
sí existió. El postpunk también pero sólo en relación al punk.
Tomando en cuenta la insurgencia
del punk en los 70’s, décadas después a algunos pendejos listos se les ocurrió
encasillar a toda una serie de grupos con algunas características similares
dentro de esta etiqueta.
The Modern Lovers es una de estas
bandas etiquetadas como protopunk. Formada por un jovencísimo Jonathan Richman
con compañeros de la prepa, los amantes modernos tomaron la aguda capacidad de
Richman para crear historias atractivas desde un punto de vista no-macho y moralmente
cuadrado, alejado de los manidos recursos líricos del cock-rock y la ombliguera, masturbatoria y petulante manía
grandilocuente del progresivo (¿demasiados adjetivos? Se los merecen) para
crear rock atemporal, vibrante y luminoso.
Musicalmente hablando, la
influencia es clarísima: Jonathan amaba a Velvet Underground. No tanto los temas escabrosos que trataron en
sus primeros discos pero sí el minimalismo de los arreglos en servicio de lo
que se canta; la capacidad de hipnotizar al cuerpo con tan sólo dos o tres
acordes; la furia disruptiva de un solo de guitarra colocado en el preciso
momento para romper con la cadencia de esos mismos tres-putos-acordes. El bato
era un genio, carajo.
Cómo les decía antes, esta
tontera del protopunk incluye a
Modern Lovers porque hacían canciones cortas y minimales a principio de los
70’s, durante la era del prog-rock y
poco tiempo antes que el glam diera un respiro en medio de tanta
insensatez.
Este disco (seminal) homónimo
terminó saliendo hasta 1976, cuando los demos grabados con John Cale (¡claro!)
y el chamán Kim Fowley habían sido realizados, al menos desde el '72.
Para cuando fue publicado el
álbum, Richman ya había dejado atrás ese sonido y estaba comenzando una carrera
solista desigual en donde buscó lo que ya se veía en la canción “Old World” de
ese mismo y maravilloso “debut” póstumo: ritmos amigables pre-rock que sólo
hicieron que sus letras adquirieran un mayor brillo en su inocencia y mayor
tamaño en su ñoñez pero esa es otra historia mis amigos y amigas. Sin embargo,
1976 fue un buen año para que fuera apreciado por las nuevas generaciones, verbigracia
los Sex Pistols y su atrofiado cover a “Roadrunner”.
En fin, Jonathan Richman buscaba
el amor verdadero, no quería consumir drogas, admiraba el sex appeal de Pablo Picasso, tenía un amor incontenible por la
juventud que no quería ver perdida y desperdiciada (¿presentimiento del
abatimiento de buena parte de la generación del punk por las drogas duras?) y
adoraba la suburbia americana.
Sus letras eran cándidas,
juguetonas y en ocasiones divertidas, desoladoras en su anhelo del amor
verdadero y tiernas en su nostalgia por la vieja Norteamérica baby-boomer.
Richman era básicamente un
nostálgico empedernido. Alguien que a pesar de la constante evidencia, seguía
confiando en la capacidad redentora del amor y que, aunque adoraba el mundo
moderno, no buscaba mandar a la basura al viejo. Y claro, amaba al rocanrol.
Un poco como todos nosotros si logramos
que nuestro cinismo deje de gobernar nuestras vidas.
No desperdiciemos nuestra
juventud.
*Texto aparecido en el número mas reciente de Decireves.
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