Por Cynthia Rodríguez
tw @joyademanzana
A principios del 2008, un amigo me
recomendaba obsesivamente un grupo. A través del MSN, me mandó el link para
bajar su opera prima y otro link para su página oficial o, más bien,
página oficial de su disquera. El grupo era Have a Nice Life. El álbum, Deathconsciousness.
Con un detalle de la pintura “La Muerte de Marat” de
Jacques-Louis David como portada, el trabajo es infinitamente creativo para el
nuevo milenio. Con reminiscencias de bandas tan dispares como Joy Division, SUNN
O)), My Bloody Valentine, lo más temprano de The Cure y lo más épico de Sigur
Rós, crean un sonido único y crudo que no deja de ser hermoso con ayuda de baterías
programadas, guitarras densas, un bajo fuerte, la melódica y sobria voz de uno
de sus integrantes, y el uso ocasional de samples desde los más oscuros
hasta los más irónicamente pop. Todo esto, respaldado por “On an Obscure Text”,
una investigación de 75 páginas realizada por un catedrático de la Universidad
de Massachussets sobre Antioquio, líder de una secta cristiana medieval que veneraba
a la muerte mucho más que a la propia vida, a diferencia de los demás cultos
occidentales.
Have a Nice Life son Dan Barrett y Tim Macuga, dos jóvenes de
veintitantos años, de aspecto promedio, que recién terminaron su maestría en
Historia y viven en un pueblo de Connecticut. Graban, editan y venden su
material a través de su propia disquera, Enemies List, y se hacen valer de los
recursos económicos disponibles. Es por eso que cuando se acabaron las copias
físicas de Deathconsciousness tardaron
mucho en volverlo a editar para dar prioridad a otros proyectos. Sin embargo,
el álbum sigue a la venta en un paquete digital que incluye la música, el arte
y el libro completo.
El trabajo se divide en dos discos: The Plow That Broke the
Plains y The Future. La primera parte presenta piezas más oscuras,
acercándose al drone y al shoegaze por igual. Las quietas y morosas que estallan
en un hongo atómico de reverberaciones y estruendos, como “Hunter” y la
apropiadamente llamada “The Big Gloom”. Los breves pero dramáticos puentes que
abren (“A Quick One Before The Eternal Worm Devours Connecticut”) y cierran (“There
Is No Food”) la sección. La
melódica “Telephony” y la lamentativa “Who Would Leave Their Son Out In The Sun”.
Y, sobretodo, la emblemática “Bloodhail”, industrial y
precisa, con un memorable epílogo.
En The Future, los resultados son más violentos e
hiperactivos. “Waiting for Black Metal Records to Come in the Mail” tiene
vocales y riffs de guitarra más tradicionales y un aire de stoner rock como
para llenar 100 festivales veraniegos. “Deep, Deep” comparte la misma angustia
adolescente noventera, mezclando el atractivo new wave de la primer parte del
álbum y la sensación de desolación e incertidumbre que provoca el futuro. “The
Future” pide prestado del trip hop el uso de beats sexies y samples de jazz por
unos momentos. En cuanto a “Holy Fucking Shit, 40,000”, todo lo que puedo decir
es que todo aquel que tome aquella canción del “Da Da Da” y la transforme en una
grande y pesada rapsodia, es mi héroe. Los cierres, “I Don’t Love” y “Earthmover”,
son absolutamente sobrecogedores y descorazonadores, llevándose lo poco que quedaba
de nosotros tras escuchar los discos completos.
Este álbum es aventurero en su sonido, introspectivo en profundidad,
complejo incluso para quienes aman los álbumes conceptuales y, como dicen en su perfil de MySpace, “TOO
FUCKING BRUTAL FOR MYSPACE”. Y lo dicen en serio. Es una experiencia
abrumadora escucharlos con los audífonos, directo a los oídos y a los sentidos,
y es lo más justo que uno puede hacer. Un álbum hecho en privado merece ser
escuchado en privado y no rodeado de hipsters alcoholizados en un concierto
lleno de contratiempos y pésimo sonido como el de algunos recintos. Sin
embargo, aún sería interesante verlos en vivo algún día, para ver si es posible
volver a reproducirse tanto poder y belleza.
*Texto aparecido en el más reciente número de Decireves.
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