Carta de amor al rock*

9:31 PM



Por Miguel Franco Villegas
tw @adarleatomos


Es curiosa la narrativa del rocanrol. No hablo de la narrativa hinchada y podrida, básicamente propagada hasta la nausea por reliquias del periodismo musical como Rolling Stone y similares. Una narración de la historia del rock cuya construcción daría para un curso de hermenéutica (Hermenéutica de la música popular: Construcción del imaginario del rock) y que está llena de vacas sagradas que TODOS conocemos y que por algún acto de fe debemos apreciar (el que ose quebrar está regla será expulsado del rebaño, but who cares been part of it todavía?).

La narrativa a la que me refiero es esa historia paralela y alternativa, donde nombres como Silver Apples, Velvet Underground, el punk de los 60’s a la Nuggets y otros más, edifican una historia ad hoc para todos aquellos a quienes les caga The Beatles, The Doors y Pink Floyd, por mencionar algunos pocos.

Por ejemplo, el protopunk. Bonito término. Para mí todo lo que tenga la partícula proto- es tan atractivo como una chica de pelo negro y ojos verdes fumando en un bar. Pero me desvío.
El protopunk no existió. El punk sí existió. El postpunk también pero sólo en relación al punk.
Tomando en cuenta la insurgencia del punk en los 70’s, décadas después a algunos pendejos listos se les ocurrió encasillar a toda una serie de grupos con algunas características similares dentro de esta etiqueta.  

The Modern Lovers es una de estas bandas etiquetadas como protopunk. Formada por un jovencísimo Jonathan Richman con compañeros de la prepa, los amantes modernos tomaron la aguda capacidad de Richman para crear historias atractivas desde un punto de vista no-macho y moralmente cuadrado, alejado de los manidos recursos líricos del cock-rock y la ombliguera, masturbatoria y petulante manía grandilocuente del progresivo (¿demasiados adjetivos? Se los merecen) para crear rock atemporal, vibrante y luminoso.

Musicalmente hablando, la influencia es clarísima: Jonathan amaba a Velvet Underground.  No tanto los temas escabrosos que trataron en sus primeros discos pero sí el minimalismo de los arreglos en servicio de lo que se canta; la capacidad de hipnotizar al cuerpo con tan sólo dos o tres acordes; la furia disruptiva de un solo de guitarra colocado en el preciso momento para romper con la cadencia de esos mismos tres-putos-acordes. El bato era un genio, carajo.
Cómo les decía antes, esta tontera del protopunk incluye a Modern Lovers porque hacían canciones cortas y minimales a principio de los 70’s, durante la era del prog-rock y poco  tiempo antes que el glam diera un respiro en medio de tanta insensatez.

Este disco (seminal) homónimo terminó saliendo hasta 1976, cuando los demos grabados con John Cale (¡claro!) y el chamán Kim Fowley habían sido realizados, al menos desde el '72.
Para cuando fue publicado el álbum, Richman ya había dejado atrás ese sonido y estaba comenzando una carrera solista desigual en donde buscó lo que ya se veía en la canción “Old World” de ese mismo y maravilloso “debut” póstumo: ritmos amigables pre-rock que sólo hicieron que sus letras adquirieran un mayor brillo en su inocencia y mayor tamaño en su ñoñez pero esa es otra historia mis amigos y amigas. Sin embargo, 1976 fue un buen año para que fuera apreciado por las nuevas generaciones, verbigracia los Sex Pistols y su atrofiado cover a “Roadrunner”. 

En fin, Jonathan Richman buscaba el amor verdadero, no quería consumir drogas, admiraba el sex appeal de Pablo Picasso, tenía un amor incontenible por la juventud que no quería ver perdida y desperdiciada (¿presentimiento del abatimiento de buena parte de la generación del punk por las drogas duras?) y adoraba la suburbia americana.

Sus letras eran cándidas, juguetonas y en ocasiones divertidas, desoladoras en su anhelo del amor verdadero y tiernas en su nostalgia por la vieja Norteamérica baby-boomer.

Richman era básicamente un nostálgico empedernido. Alguien que a pesar de la constante evidencia, seguía confiando en la capacidad redentora del amor y que, aunque adoraba el mundo moderno, no buscaba mandar a la basura al viejo. Y claro, amaba al rocanrol. 

Un poco como todos nosotros si logramos que nuestro cinismo deje de gobernar nuestras vidas.
No desperdiciemos nuestra juventud. 

*Texto aparecido en el número mas reciente de Decireves.

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