@burbujasonica
Fotos Cecilia Buentello.
El primer disco que compré con mi dinero fue Like
a Virgin. Llegué a mi casa, me metí a mi cuarto y cerré la puerta. Le quité el
plástico, lo puse a girar. Dentro de la funda venían las letras de las
canciones impresas en papel brillante. No salí de mi cuarto en varias horas.
Quería aprenderme las letras, traducirlas y practicar los pasos de baile frente
al espejo. Era 1984.
Hoy, el que compra música lo hace por ser fanático
y respetar al artista. Y el que la consume en formato físico lo hace, además,
por aferrarse a la idea de que todavía
es posible admirarla ordenada sobre estantes por colores, tamaños, orden
alfabético, género, por entretenerse mirando las portadas y analizando por qué
el artista escogió ése diseño para ése álbum, por leer los agradecimientos, por
nostalgia.
En el documental “The Last Shop Standing” Johnny
Marr menciona que el escuchar música de un disco es una experiencia concreta
que tiene un principio y un fin, por lo tanto, es mucho más significativo que
hacerlo desde una computadora, que no es más que una abrumadora y omnipresente
masa amorfa de interminables opciones.
Cuesta más dinero, tiempo y esfuerzo hacerse de
una colección física, pero la recompensa es tangible, duradera, tiene más valor
con el paso del tiempo.
Todavía quedan algunos apasionados que buscan
alimentar la nostalgia de los demás y la propia vendiendo música en tiendas
pequeñas, atendidas personalmente para
mantener la tradición -casi extinta- del contacto interpersonal, del
intercambio de conocimientos y gustos musicales.
Rockaboom, la única tienda de discos independiente
del este de Inglaterra, funciona en el centro de la ciudad de Leicester desde
1988. El lugar no tiene más de 20 metros cuadrados y no está en un centro
comercial, sino en una plaza donde hay varios locales a lo largo de una calle
empedrada.
La vitrina la decoran fundas de viniles viejos y
un corcho con tarjetitas para fichero -sí, yo tampoco puedo creer que todavía
existan- escritas con plumón negro indicando los próximos conciertos cercanos.
Ahí compré en alguna ocasión boletos para ir a ver a Moby.
La alfombra, que en algún momento fue de cuadritos
morados con gris, ahora está casi negra por completo y se está desprendiendo
del suelo en algunas partes y en otras, tiene hoyos. No creo que la hayan
limpiado nunca, ni a la alfombra, ni a la tienda. Nada huele a plástico nuevo
como en Virgin o HMV.
De la pared cuelgan camisetas de grupos de heavy
metal y carteles de festivales. Los discos compactos están ordenados por orden
alfabético, pero las cajitas están vacías (te los dan al momento de pagar) y lo
mejor de todo es que traen el precio pegado con una pegatina verde
fosforescente. Hay un sólo módulo del cual cuelgan unos audífonos mugrientos en
donde se pueden escuchar un par de álbumes recientes, pero nunca he visto a
nadie usarlos.
Al atravesar la puerta entra uno en un submundo
donde la gente de clase acomodada que
huele bonito y usa ropa de marca jamás se atrevería a entrar. Es un refugio para
tribus urbanas que se rehúsan a darle su dinero a las grandes corporaciones
porque entienden que comprar música en una tienda independiente es una cuestión
de actitud y de estilo de vida.
Góticos, punks, hipsters, rockers rozan codos,
curiosean, escarban en busca de ésa música que los define y los separa del
resto de la sociedad. Lo que le gusta al hipster no lo gusta al punk, no hay
intercambio de opiniones, cada clan se sumerge en su búsqueda y pasa horas en
su compromiso por encontrar algo, muy
pocos salen de ahí sin un disco en la mano.
Es como formar parte de una secta, de una familia
que entiende el ritual de pasearse por los pasillos, mirar portadas de álbumes
desconocidos que llaman la atención por su diseño, encontrar unos de bandas que
se nos había olvidado que existían, dar con otros que nunca pegaron de artistas
conocidos, preguntarle al dueño qué piensa del nuevo disco de The Besnard
Lakes.
El dueño atiende personalmente a los clientes,
viste normalmente una sudadera y una gorra, tiene cerca de 50 años de edad. No
me lo imagino haciendo ningún otro trabajo ni atendiendo otro tipo de negocio.
Aunque venda mucho menos que hace 10 años, la tienda sigue abierta, ¿qué va a
hacer? ¿cerrarla y empezar a vender seguros?.
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